dimarts, 19 de febrer del 2019

There's a shadow hanging over me

Si me dieran una peseta por cada vez que he escuchado una canción de los Beatles, tendría seguramente para un polín de los gordos, alguna nube de a duro y poco más. Pero un día vas de camino a casa y el hijo de la gran puta del pincha de una radio de barrio sabe que tienes jodido el MP3 del coche y te habla a ti, oh, sí, ey... sé que estás ahí... (sabe que estás ahí), y resulta que tiene a bien ponerte, quizá porque se lo haya prometido al último ligue que conoció el domingo en una de esas discotecas para sesentones (los sesenta son los nuevos cincuenta) esa de “Yesterday”, la famosa. Yo no entiendo el inglés. Yo soy inglés nivel medio, como todos los españoles. Yo leo el inglés y me entero de la mitad, lo escucho y no soy capaz de decir ni de qué iba la película. “Ve series en inglés, así aprendes”, ¿y yo para qué quiero aprender inglés, si no me gustan los Beatles? “Pues para viajar”. Pues cuando viajo no quiero que me molesten; ni en inglés ni en ningún idioma.  


Yesterday... 

all my troubles seemed so far away...


Algo sobre ayer y sobre unos problemas que estaban “far away”, eso es lejos, lo aprendí en la primera de Shrek. Pero la puta música del sesentón discotequero “oh, ey, amigo, sé que estás ahí...” me golpea la amígdala. Una y otra vez, con palabras que cazo al vuelo y la melodía se encarga de dotarlas de todo el sentido del mundo. Son las cuatro de la tarde, esa hora en la que si fuese domingo el mundo (el mío) estaría entrando en ese estado de ensueño que poco a poco desemboca en la rutilante tarde amarilla del domingo. Recuerdo cuando proyecté mi vida y me escapé de José María García porque odio el fútbol, señores: odio el fútbol. ¿Cuántas veces más habré huido? Mil. Primero de José María García, luego de otros compromisos de la semana. ¿”I bilieve un Yesterday?”, ¿cómo va a ser eso?, ¿qué coño...? Creo en el ayer. No se puede creer en el ayer porque el ayer no es un credo ni una homilía ni una letanía. El ayer no está en la Biblia ni en el Corán. “Pienso en el ayer”, será. Dudo de mis conocimientos. Dudo de mi inglés. Dudo de lo que hace dos segundos, antes de escuchar al maldito Lenon, creía que sabía. ¿O McCartney? Ya no sé ni quién cantaba en los Beatles, ¿veis? Todo mi mundo se ha venido abajo. 


“Oh..., ey... amigo... si te ha gustado Yesterday, ésta es tu emisora. Hemos venido a joderte la tarde...” 







diumenge, 10 de febrer del 2019

El corazón relator


Guiñar un ojo a alguien no es malo. Es un acto socialmente aceptado. Un gesto que hacen los tíos a los sobrinos cuando les dan un regalo de reyes aun cuando conocen la verdad del asunto, lo hacen las abuelas cuando nos traen dulces de la cocina a escondidas… Guiñar. Cluc. Y a otra cosa. ¿Pero qué pasa si le compro a un niño un muñeco que guiña un ojo?, ¿y si se lo compro a una niña?, ¿y si es una muñeca?, ¿y si le compro a un niño una muñeca que guiña el ojo? Aquella imagen que les ha venido a la cabeza cuando les he mencionado a un tío (su tío) o a una abuela (su abuela) inmediatamente se ha convertido en una cascada de ideas peyorativas sobre la infancia, el machismo, la identidad de género… incluso puede que la prostitución, lo valores… ¿me equivoco? 


El mundo ahora está un poco así. Cuando hablo del mundo hablo de la política en nuestro país, claro. El mundo está un poco así porque todos tenemos una opinión de todo al respecto. Ya nadie respeta ninguna figura de autoridad, y cuando digo de autoridad no quiero decir autoritaria, en casi ningún ámbito: ni jueces, ni fiscales, ni policías (esos los que menos), ni profesores, ni políticos… quizá se salva alguna autoridad médica u poco más. El caso es que aquí todos nos hemos convertido un poco en “todólogos” y corremos a opinar de cualquier cosa antes de tiempo. Esto, que no es nuevo, ya lo decía Auguste Comte, un filósofo o sociólogo o como lo quieran ustedes llamar, de hace un cholón de años, del estado metafísico de la sociedad (entre el estado teológico del pasado y el positivo o científico del futuro). No voy a agobiarles con datos de biblioteca, pero es cierto que Comte advirtió que en cuanto empezáramos a buscar respuestas más allá de la teología, una de las características de la sociedad sería el exceso de opinión, y que la democratización de algunos campos podría llevarnos al exceso de opiniones y a lo absurdo de tener que escuchar a según quien. Nada textual, lo digo como suena, ya me conocen.

¿Qué quería decir Comte? Yo creo que se refería exactamente a algo parecido a lo que estamos viviendo ahora en España. Verán, algunos amigos míos, cuando conversamos, me acusan de ser un buenazo e intentar “excusar” algunas acciones de algunas personas que actúan objetivamente mal. El otro día tuve que molestarme en decir que, lejos de esto, lo que intento —a veces en voz alta— es razonar qué causas nos han puesto exactamente en el punto en el que estamos: ¿por qué una persona toma una opción equivocada?, ¿por qué un mismo padre educa a dos hijos a la vez y uno sale delincuente y otro trabajador…?, y en esa búsqueda a veces me hago preguntas que quizá puedan parecer preguntas que están enfocadas a exculpar la responsabilidad de alguien, pero les aseguro que no es así. Creo en las responsabilidades personales, es la única manera de vivir en sociedad. Lo dicho, ¿qué es lo que pasa en España? Pues en España pasa que todo el mundo quiere opinar, que nos hemos tomado esto de la política como si fueran equipos de fútbol y que a veces nos cuesta hacernos preguntas porque como ya están los políticos para decirnos lo que debemos opinar de una cosa o de otra, pues ya está, ¿verdad?

Miren, no. Es evidente que los políticos, en el fondo, son políticos. No son malos, ni mala gente… yo vivo convencido de que el político que más en la antípodas esté de mi opinión actúa pensando que está haciendo lo mejor para la sociedad (y para él). Estoy seguro de eso. A veces con Abascal me cuesta, ¿eh?, no crean, pero estoy seguro de que es así. Entonces, ¿qué pasa con las negociaciones entre el Govern de la Generalitat y el Gobierno de España? Pues pasa lo que se espera que pase. Que son políticos y que son partidistas y que creen que están haciendo lo mejor para sus ciudadanos, ¡pero! (este pero es importante), afianzando la marca de su partido en un tema concreto para no perder votos (para poder seguir haciendo sus políticas y que vivamos mejor). Así funcionan sus cabezas. No hay más. “Para mantenerme aquí, puedo llegar hasta allí en mis concesiones porque si no los que me han puesto aquí me sacarán de aquí y no podré hacer eso tan importante que quiero hacer para mejorar aquello que quiero mejorar”, fácil, ¿no? Dicho esto, ¿alguien pensaba que las negociaciones por la ley de presupuestos y los presos políticos fuera a salir adelante? ¡Para qué marean la perdiz! Claro que no iba a ir a ningún lado. Los dos gobiernos están flanqueados por ambos bandos en ambas direcciones, están a la acecho de cualquier gesto “real” que puedan hacer para desencajar la situación y tirárseles al cuello.

He leído por ahí unas declaraciones de un político de primer nivel que decían que Pedro Sánchez es “un traidor”, que “debe ir a la cárcel” por aceptar una figura intermediaria en una negociación encallada que no tiene otra salida. ¡Un traidor”, ¡a la cárcel!, por proponer un diálogo… un diálogo que es la única forma no violenta de no llevarnos a una guerra civil. Estoy escribiendo con todos los sentidos en lo que estoy diciendo: “un diálogo que nos salve de otra guerra civil”. ¿Qué pretenden los partidos que se manifiestan contra Sánchez por aceptar algún acercamiento con el gobierno catalán? ¡Qué piden! ¿Qué están pidiendo? ¿Qué NOS están pidiendo que hagamos con dos millones y medio de personas que van a seguir votando en la misma dirección y en el mismo sentido que lo están haciendo porque creen que es exactamente igual de bueno que lo que piensan los otros que es? ¿más cárcel, más exilio…?, ¿más fuerza institucional o física? ¿Y lo otros?, ¿qué esperan..? Por mucha razón democrática que tengan, un estado (más el estado español) va a poner en marcha toda la maquinaria para no partirse. Sin más: TO-DA. ¿Creen que de esa negociación van a conseguir un referéndum?, voy más allá, ¿los que los ponemos ahí vamos a creer que lo que van a sacar de ahí va a ser un referéndum que acabe de una vez por todas con esta encrucijada? No. Yo tengo la inteligencia justa para pasar el día, estoy más o menos al día en actualidad política y les digo que ahí no va a ceder nadie ni lo uno ni lo otro.

¿Y entonces?, ¿quién no saca de aquí? Pues de aquí sólo nos puede sacar una opción política de izquierdas moderada. Una izquierda de consenso que no dé lo que quieren unos y saque rédito del “a por ellos”. Una izquierda que no cero que lleve las siglas del PSOE ni vaya montada en el dragón alado alado de PODEMOS, peo una opción de izquierda moderada.

Me pasa también que advierto que las oligarquías catalanas se han quedado sin representación en los parlamentos. Los que sí, sin duda, anteponen sus ganancias a toda esa mierda de la patria y “la terra” no están ni en el Parlament ni en el Congreso de los Diputados. Y tienen que estar porque nos guste o no —recuerden que no excuso, sólo digo lo que veo e intento explicármelo— vivimos en un sistema capitalista en el que el dinero sirve y servirá para moderar el temperamento de las política territoriales, etnicistas, nacionalistas y de fundamentalismos. Si no están, se les espera, más pronto que tarde.

Llevo ya demasiadas palabras y nadie va a acabar por leer a entrada, por eso me gustaría cerrar este post político con preguntas, que es como se deberían cerrar las reflexiones (las buenas) y no con aseveraciones, consignas y distorsiones que nos llevan por derroteros a unos y a otros. ¿Qué pide Ciudadanos cuando dice que Sánchez no debe ceder a la figura del “relator”?, ¿qué quieren hacer con los catalanes que votan y seguirán votando en ese sentido? Porque si creen que su problema es Quim Torra, se equivocan. Si se exilia o si acaba preso, mañana habrá otro, más radical que él, en su lugar. Recuerden: Mas, Puigdemont, Torra. ¿Qué dice VOX cuando dice que hay que meter al presidente del gobierno en la cárcel?, ¿qué nos están queriendo decir?, ¿qué España debe ser salvada?, ¿por quiénes?, ¿por dioses…? No, ya no vivimos en el estado teológico. Seguramente se refieran a que a España la salva el ejercito. Eso ya tiene un nombre. ¿Qué quiere Pablo Casado, que ve a su partido desmoronarse día a día…?, ¿de qué lado está?, ¿de cuántos lados está?

¿Qué espera el President Quim Torra?, ¿qué espera que pase frente a un Estado que no ha dudado en hacer lo que ya ha hecho y que nosotros —los que hemos vivido el cansinísimo procés— hemos visto hacer por culpa de nuestra adoctrinada conciencia? ¿Qué esperamos de los partidos que vendrán?, ¿qué le pedimos a las instituciones que nos representan y nos sirven a todos?, ¿qué tenemos que pedirles a nuestros políticos: que digan lo que nosotros diríamos en el parlamento o que dejen de lado sus intereses de partido y hagan de verdad políticas que mejoren la vida de las personas?, ¿cuál es el más indigno de todos los colores? 









dissabte, 2 de febrer del 2019

Corazón tan Franco

A alguien le hubiera ido muy bien que no quisiera saber, pero he sabido que España, antes de ser España; la España cosmopolita de los especiales de Totalán, de las manadas que corren delante de los toros y detrás de las mujeres y de los desahucios de las once en 4K, magdalena y iPhone X en mano, antes, fue un país pobre, necesitado y con hambre por las esquinas.

Quién iba a imaginárselo, ¿eh? Tan modernos que somos ahora. Y ojocuidao’, que ser moderno ahora no era como ser moderno antes. Antes, cuando mis padres tenían mi edad, ser moderno era ser de izquierdas. Mínimo del PSOE. Hay (o había) gente en mi barrio que manejaba discursos altamente contradictorios: se quejaban —yo les oía tomando una Fanta los domingos en el bar— de esto y de aquello…, pero al final… te votaban a Felipe, que no llevaba muy bien unas cosas, pero sí llevaba bien otras. ¿Ven qué bien he salido del paso? Luego Felipe, que decía mi abuela que era “el de los pobres”, te pactaba con Anguita, buscaba puntos de encuentros por dios y por la patria con Alianza Popular, los vascos… los catalanes… azúcar o sacarina en el café y ya estaba todo el pescao’ vendido. Todos contentos. Así, amigos; esto, señores, era más o menos la política postransición que yo veía entre Bola de Drac y la Bola de Cristal las tardes que me sentaba en la mesa camilla a merendar mientras mi madre cosía en el cuarto de al lado. Todo sumergido. Deténganme ya, estoy confesando.

¿Y antes? Pues antes tuvieron que llegar aquí mis abuelos. Soy un pesado con la historia de mi familia. ¡Pues como todas! Es verdad… pero ¿y si no hubieran venido a parar a Barcelona? Pues si no hubieran venido a Barcelona, seguramente, por generación, les hubiera tocado irse a Alemania. Allí, a robarle todo a los alemanes, como hicieron en los sesenta dos millones de españoles. DOS MILLONES DE ESPAÑOLES.

2 de febrero de 1963

Días antes, Ángela se había imaginado todo aquel escenario diferente. No muy diferente, porque ya había estado alguna vez en la estación, pero imaginaba, eso sí, menos gente, menos ajetreo, menos bullicio… Imaginó, sin ir más lejos, tener tiempo de despedirse de su padre y de su sobrino Zacarías. Pensó incluso unas escuetas  palabras que decirles a los suyos desde lo alto del vagón: “Me voy para traer la fortuna a esta familia, como haríais cualquiera de vosotros si estuvierais en mi lugar”, algo así. Y su hermana, al lado de su marido y del pequeño Zacarías, se acariciaría la barriga y se secaría una lágrima. Su padre la besaría con las manos vacías de enseres y el alma llena de pena. Le hablaría de su madre porque él siempre le hablaba de su madre para mantener vivo el recuerdo. Es lo que le dijo el cura que tenía que hacer hasta encontrar alguna mujer casadera, si es que la hubiera en el pueblo para un hombre de campo como él. Y partir lentamente mientras rememoraba un poco los veinte años de vida que dejaba atrás en Villaloquesea de Nosédónde. Pero qué va. La riada de gente en los andenes hizo que la policía no dejara entrar a la estación más que a los que partían. Un billete caducado que le prestó un paisano en el quiosco de la puerta es lo que le sirvió a su padre para entrar a ayudarla con la maleta. La gente dormida en el andén. Vidas aún menos agraciadas que aguardaban hacía días a que el borreguero les sacase de España en busca de un futuro mejor. En la maleta: las mejores ropas para presentarse donde fuera, recatada y obediente. En el bolsillo una dirección de un barrio de Núremberg que no sabía ni pronunciar.
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Emigración años 60, España. Imagen extraída del diario El Mundo



En el tren todos llevaban las mejores ropas. Chaquetas de algodón, pantalones de pinza, camisas que al tercer día dejaban de ser limpias. Allí, entre las maderas de los asientos y de los respaldos, grabadas entre un “José y Cándida” y “Marcelo quiere a Loli”, encontró un mensaje que le hizo caer de bruces: “Viva España”, a navaja, y la nostalgia le mordió el costado, así, sin piedad, antes siquiera de llegar a los Pirineos. El Francia hubo cambio de tren porque Franco hizo construir la mayoría de las vías del país más estrechas que las del resto de Europa. Por si nos invadían. No fueran a robarnos los franceses. Vías estrechas. Mentes pensantes.

Se cruzó la chaqueta, se encajó el gorro para resguardarse del frío y puso el primer pie en Núremberg. Nunca recordó si fue el derecho o el izquierdo. De hecho a día de hoy duda si aquella imagen la ha recordado realmente o la ha creado ella de tanto tenerla que explicar al mundo cuando aún interesaba su historia. La chaqueta era verde, eso sí. Llegó al barrio. Ya sabía que las historias que venían explicando los paisanos las pocas veces que venían de visita no podían ser todas ciertas. Eso de que en Alemania repartieran felicidad a espuertas, la bonanza, el idioma… ¿el idioma? Por primera vez cayó en la cuenta de que no entendía nada de lo que pasaba a su alrededor. El mundo se había convertido en algo indescifrable. Fue la primera vez que se sintió perdida. Caminó hasta la estación de autobús. Por suerte los números seguían siendo en cristiano, y se subió a uno, al que ponía en la seña que llevaba en el bolsillo.
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Fotografía de TRAVL MAGAZINE
Encontró el módulo, en el parque. Aquellas chozas las habían construido los alemanes para que los españoles vivieran. Antes eran establos y vertederos. No pagaban alquiler, acaso un diezmo del sueldo o algo en concepto que les descontaban de unas cosas que los españoles de allí llamaban nóminas. Estaban bien vigilados por los capataces. Mujeres y hombres separados. Sin prohibiciones de compartir espacios, pero con todas las trabas. “Mañana vamos una hora antes a la fábrica y te presento al encargado”. Esos eran la mayoría de contratos que llevaban los de su pueblo.

Fábrica, módulo. Módulo, fábrica. Fábrica, módulo. Paquete: chorizo, perrunilla, torrezno. Chinchón, guitarra, nochebuena, postales. Cinco, seis, siete, diez años. Ningún mes de ningún año faltó el sobre en su casa. “Hija, sobre todo no pases necesidades”. Y entonces fue cuando entendió por qué mentían sus paisanos en las postales, en las conferencias y en las pocas visitas que advertía al pueblo. Un coche, una ropa de marca, un nuevo televisor para ocultar las miserias de quienes no eran más que animales de carga. “Las colonias de españoles”. Franco conocía, Franco sabía de las miserias, Franco advertía, de alguna manera, que el final de los años sesenta no era solamente el final de una década.
  
El rumor corría por las calles. La nueva Europa se presentaba unida, fuerte y democrática. Algunos españoles en Alemania tuvieron acceso a libros, a información, a cuartillas que escapaban de multicopistas clandestinas en alguna imprenta española y que de alguna manera llegaban también a Alemania. Los españoles allí empezaron a querer lo mismo que los españoles aquí. La caída del régimen se advertía. Manifestaciones de españoles en Alemania, cruzando Núremberg, pidiendo un cambio. No fueron una ni dos ni tres, fueron muchas las veces que se cortaron calles, que se acampó en el consulado español. ¿La respuesta de Franco? Las “Casas de España”: lugares a los que Franco enviaba cantaores flamencos, cuadros de sevillanas y disponía mesas para que los compatriotas, que tan necesarios eran allí, se siguieran sintiendo españoles y sobre todo se apartaran de aquel monstruo que empezaba a sorberles el seso: la política. La política, claro, en España nada más que era una, la suya. Allí acudía Ángela a veces, para tener contacto con los suyos. La verdad es que en la “Casa de España” se sentía uno como en la suya. Un espejismo que duraba lo mismo que una copa de chinchón, una mano de cartas o una partida de dominó. Esta tarde doble sesión de Marisol: “Tómbola” y “Un rayo de luz”. Pero en la puerta sonaban los Beatles, y no sabía una ya ni adónde mirar ni qué sentirse.


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Imagen de archivo de la Universidad Complutense de Madrid

Algunos españoles en Alemania llegaron a situarse. Llegaron, a ojos del mundo, a vivir dignamente. Pero entonces, a principios de los setenta, estalló la crisis del petróleo. Una crisis europea, mundial, devastadora y de todo. Y los alemanes ya no miraban tan bien a los españoles. Que habían ido allí a robarles el trabajo, decían. El trabajo. Podían quedárselo todo para ellos, pensaba Ángela, que ya empezaba a entender los carteles que se veían en las fachadas de algunas fábricas: “die Deutschen zuerst”, “los alemanes primero”. Como si a ella se le hubiera pasado por la cabeza estar en algún momento por delante de algún alemán. Entonces muchos españoles en Alemania se quedaron sin trabajo, algunos volvieron, otros se empezaron a organizar. No estaban dispuestos a volver al pueblo a reconocer su derrota. Otros, simplemente, tenían allí el único horizonte fijado de su vida. Aquel postulado de autarquía consiguió un aumento muy destacable en las urnas y Alemania empezó a cambiar de color político.

Ángela fue de las que volvieron. Otro tren más moderno se detenía en una estación más vieja una tarde de primavera de 1974. Allí la esperaban su hermana, su cuñado, Zacarías y Rocío, a la que no había conocido aún y tenía ya once años. Padre y madre volvían a estar juntos, en el cielo, desde las nevadas del 68. Once años había pasado fuera de su casa, pero no habrían sido en balde; sus sobrinos habían podido estudiar, la casa que tanto costó pagar era ahora para toda la familia y para siempre y, además, su hermana le había juntado para un piso nuevo de los que había mandado hacer el alcalde en el centro del pueblo para los emigrantes que volvían a Villaloquesea de Nosédónde. En su memoria quedarían un montón de historias por las que hubiera que pasar para salvar a los suyos del hambre. También amigos. Algunos que con los años caerían en el olvido y otros a los que nunca les faltó una postal de navidad, una llamada y cuando llegó el nuevo mundo una solicitud de amistad en Facebook de una Ángela ya mayor, que intentaba conservar el mismo peinado que cuando se fue a Alemania con veinte años recién cumplidos. Tocada de canas, de gafas, de arrugas...

La familia no se olvida de que tía Ángela fue la salvadora de todos, y aunque nunca se casó ni tuvo hijos, su sobrino Zacarías la cuidó siempre como a una madre, máxime cuando él perdió la suya, y por eso van a visitarla siempre que pueden a la residencia.

Hoy es sábado y el mayor de su Zacarías ha ido a visitarla. Es el más guapo de los tres, es abogado. Fue a la universidad en Madrid porque su padre le pudo pagar la carrera guardando de aquí y de allí, y porque el gobierno de la Junta además les dio unas becas que tenían para la gente del campo. Cansada de escuchar la televisión, le ha dicho al niño que por favor la apagase, que estaba harta de escuchar tantas malas noticias: “Guapo, corazón, mi vida”, “claro, tía”. Justo cuando se ha inclinado, ha aparecido la imagen de un hombre con barba y cara de enfadado ante un fondo verde y, en vez de apretar el botón de desconexión, el niño ha subido el volumen. El señor ha dicho que “España es primero para los españoles” y a Ángela no se le hubiese puesto el pelo de punta si no hubiese escuchado a su sobrino decir: “Pues claro que sí, cojones”.









No sóc català, sóc normal

Abstract El text exposa la idea que el català està en risc, partint de l’ideal en clau sociològica del que es percep c...